NOTA ACERCA DEL CONOCIMIENTO HERMÉTICO
Y PALABRAS RELATIVAS A LA INICIACIÓN DE LOS ALQUIMISTAS
(Sergio Fritz Roa)
Cada día se hace más evidente la mala comprensión que poseen los hombres sobre lo que es la Ciencia Hermética, a tal punto que es legítimo preguntarse si ello no obedece a una labor intencionada por crear tal desconcierto. No nos parece difícil aquello, siendo además un “signo de los tiempos” la ignorancia en materia de espiritualidad de nuestros semejantes. La contra-tradición o subversión todo lo invade y por cierto sus energías intentan oscurecer aquello que es más sagrado. Sin embargo, como René Guénon ha dicho, la Verdad se protege a sí misma. Es decir, aun cuando la subversión logre generar confusión general sobre lo que es el conocimiento esotérico, jamás podrá llegar al corazón mismo de un tal saber.
El caso del Hermetismo merece nuestra atención, dado que se trata de una gnosis eminentemente cerrada, tal cual indica la connotación ya centenaria de su propio nombre. A diferencia de otros esoterismos, el Hermetismo es doblemente complejo: tanto en su contenido como en su lenguaje. Y la complejidad lingüística no es algo menor.
Quien tenga por primera vez en sus manos un texto alquímico, y lo revise con detención, apreciará la veracidad de lo que estamos señalando. Frases como “haced que lo volátil se haga fijo”, “tomad el dragón verde y unidlo con su hijo querido”, “observad ahora al Pelicano que alimenta a sus hijos”, “separad en tres partes nuestro Azufre y mezclad una de ellas con Mercurio de los Sabios, para bañarlo más tarde con nuestra Agua o Magnesia”, provocarán en el lector una sensación de profunda extrañeza. Pues ¿a qué dragón se refieren los hermetistas? ¿Cuál es Azufre del que hablan los alquimistas? El lenguaje hermético – constituido no sólo por la palabra escrita, sino que además por la frase oral y las imágenes, las cuales muchas veces son el material más precioso que se encuentra en los añosos tratados – intenta alejar a los profanos y a quienes deseen utilizar la Santa Ciencia para fines deshonestos. Es ciertamente el primer inconveniente para los que deseen saber algo sobre Alquimia.
Pero, ¿por qué este deseo de ocultar un saber que en palabras de los mismos alquimistas es bueno para toda la humanidad? La respuesta ya ha sido sugerida en el párrafo anterior, pues se desea velar una joya que no merecen los malvados. Cristo fue explícito al señalar que no debían ser arrojadas las margaritas a los puercos, lo cual evidencia dos cosas. Una, que hay un aspecto de la doctrina que no es para todos (llamado esoterismo); y segunda, que Cristo y su enseñanza, en contra de la idea de algunos católicos mal informados, tiene por base una sabiduría esotérica. El Cristianismo enseña a todos los hombres su condición de pecadores; y lo que es más importante, que son sujetos de Salvación. Pero la igualdad desaparece en materia de conocimiento. Y aquí el Cristianismo, como todo camino espiritual, no puede ser democrático. Y es lógico, dado que éste siempre ha pertenecido a un grupo “social” cualificado: originalmente los Sacerdotes, y en ocasiones los Guerreros; lo no es óbice a que haya ciertas y notables excepciones. Esto se ha dado en toda comunidad tradicional, como en el Egipto, en Islam, en el Buddhismo, en los Incas. Son los hombres iniciados aquellos que detentan el conocimiento de las cosas pertenecientes al Reino de Dios.
Y he aquí que hemos llegado a un punto que no es fácil de expresar en el lenguaje moderno, y que parecerá a algunos no guardar relación con nuestro estudio. En efecto, nos referimos a la iniciación.
¿El alquimista requiere ser iniciado? La respuesta ha de ser tajante: sí, debe serlo. Y esto se comprende, dado que no hay otra manera de lograr la realización sino es a través de la entrega de un “poder” conferido ya sea directamente por Dios (es el Donum Dei, del cual tanto se habla en los mejores tratados) o por una entidad tradicional. El primer caso es por cierto más difícil de encontrar en la historia, pero no por ello puede decirse que no exista; y es más es una de las formas usuales en la Alquimia. El segundo, es otorgado por religiones y sociedades tradicionales: Cristianismo, Temple, Masonería, Buddhismo, sociedades iniciáticas indígenas, por dar algunos ejemplos.
El alquimista recibirá al menos dos iniciaciones. Por ejemplo, del Cristianismo católico y a través de una iniciación en la Alquimia; o de la Masonería y de la Alquimia. Esto quiere decir que pueden convivir en el ser dos iniciaciones, lo cual no es en sí excluyente; pero tampoco se trata de “coleccionar” iniciaciones, como algunos ostentan con cierto orgullo. La iniciación en la Alquimia suele ser dada por un Maestro alquimista; pero como hemos indicado, podría recibirla directamente el discípulo a través de otros medios, especialmente de un sueño. Esta influencia divina es necesaria e imprescindible, porque otorga los elementos espirituales necesarios para la posterior concreción de la Piedra Filosofal.
La iniciación es la apertura a conocimientos que de otra forma no podrían ser alcanzados. Es la Llave de la cual se trata en ciertos manuscritos herméticos. Es el Donum Dei, tan perseguido por los Sabios. Quien haya sido iniciado podrá comprender mejor que un profano el léxico alquímico. Pero no creamos que todo termina en la iniciación; ¡todo lo contrario! El mismo nombre lo enseña, es sólo el inicio de algo. Podemos hacer una analogía para que se nos comprenda. La semilla no florecerá sino requiere de condiciones y compuestos favorables (agua, cierta temperatura, etc.). Lo mismo ocurre con el iniciado. Él posee una poder real, la semilla del ejemplo, pero debe crear las condiciones necesarias para que ella se desarrolle sanamente. Además, ha de alimentarlo. Por tanto, no caigamos en el error de muchos que habiendo recibido una iniciación, se ufanan y se duermen en los laureles. Como hemos dicho y ahora reiteramos, el camino verdadero sólo comienza en la iniciación, y la responsabilidad de desarrollar los múltiples estados permitidos a la condición humana, recae exclusivamente en nosotros.
Sergio Fritz Roa
Santiago de Chile, julio de 2002.
1 comentario:
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