Bosquejo de ilustración por Visceral.
1.-
KURT KEISSELL
Kurt Keissell es un nombre perdido dentro de la historia del mundo. Perdido, como el de tantos millones que se amontonan en esa niebla voraz que llamamos tiempo. La memoria es algo frágil y cruel. Al igual que en una lotería, los premiados son pocos. Y Keissell fue devorado por el olvido... hasta ahora, que deseo rescatar su valentía y hablar sobre su extraño caso, del cual el destino me hizo partícipe.
Vivió en una extrema soledad, unido a pocas cosas: libros de arqueología, recortes de diarios, ensayos sobre mitologías variadas. Como Charles Fort, fue un asombrado compilador de conocimientos arcanos y prohibidos.
Lo conocí en la Biblioteca Nacional. En aquella época ya trabajaba como bibliotecario, haciendo un reemplazo. Debido a la cortesía y puntualidad en mi llegada, postulé con éxito a un puesto fijo; siendo destinado a la sección de Historia. En esa sala pude ver cómo dos o tres veces a la semana un personaje rubio, de tamaño alto, ojos claros refugiados en unos lentes de gruesos marcos y voz cavernosa, solicitaba libros relacionados con un solo tema: la serpiente en las culturas y religiones. Recuerdo haberle entregado libros, revistas y separatas vinculadas con el culto a la serpiente, los dioses Nagas y aspectos de la mitología chilota y mapuche referentes a las serpientes Caicai Vilú y Trengtreng Vilú.
Debido a lo inusual de su búsqueda, he de confesar que no hallaba el momento de entablar conversación con este caballero misterioso.
Una mañana en que la sala estaba prácticamente vacía, decidí abordarlo. Como suele ocurrir cuando se desea conocer a alguien, partí con palabras nada profundas, comentando la ausencia de lectores en el establecimiento aquel día. Al ver que ello no generaba más reacción que la de una simple afirmación, decidí atacar con mayor precisión; y, con la excusa de que tenía material sobre su interés (esto era cierto, aunque el texto no era de la institución sino mío, hallándose en mi hogar; libro que, por lo demás, trataba sobre aspectos mágicos y no propiamente folclóricos), pude entablar una conversación más libre y generosa, aunque todavía insuficiente. El nexo se había logrado, y, cada vez que pedía un texto, me saludaba con amabilidad para luego intercambiar algunas expresiones que iban más allá de lo bueno o malo del clima. Con el tiempo se generó una complicidad entre ambos; y, un jueves, a poco de terminar la jornada laboral, me preguntó si sería tan amable de acompañarlo a su hogar a fin de conocer el objeto de su investigación.
Aun cuando me sorprendió dicha invitación, era lo que había esperado. Envié un mensaje al email de un amigo, cancelando una reunión acordada para el atardecer con antiguos compañeros del liceo; y me puse la chaqueta, para dirigirme con Keissell al exterior.
El hogar de mi nuevo amigo se encontraba en el centro de Santiago, a pocas cuadras de la biblioteca. Era un departamento bastante ordenado y repleto de libros en estanterías que cubrían casi todas las paredes. Los textos, pude ver, se referían a mitología, religiones comparadas, arqueología y ciencias ocultas.
Me sirvió un café y unas galletas.
Mientras transcurrían las horas y la noche empezaba a extender su imperio, yo veía como Keissell se transformaba en un ser apasionado, que hablaba sobre amenazas extraterrestres, cultos proscritos y un futuro ominoso para la humanidad.
Su voz se elevaba, tomaba el cigarro nervioso y miraba desde el balcón hacia la noche como extasiado. Parecía un profeta loco, el mensajero de una secta o quizá un científico rechazado por la academia que anhelaba una venganza intelectual.
Quien viese y escuchase a Keissell esa noche, podría haber pensado que debido a su soledad, aquél estaba alejándose de la realidad y la sensatez, viviendo en un nerviosismo extremo, enfermizo. Y, sin embargo, su sinceridad era evidente (o al menos, a mí me pareció), como la lógica de sus argumentos, que, por extraños que pudieran ser, no dejaba de acompañarlos con pruebas, citas, y silogismos.
Señaló que el interés por las serpientes radicaba en la existencia de un culto primigenio en donde los ofidios eran el símbolo de una monstruosidad que acechaba en el tiempo a la raza humana. A través de distintas formas, los adoradores de la serpiente intentaban hacer renacer su credo y extenderlo al globo. Los ritos siempre eran brutales y sangrientos. En el fondo, anhelaban el caos, lo que sería propicio para el despertar de seres abominables, tales como hombres-serpientes, hombres-peces (“dagones” y “profundos” los llamaba), y hombres-alados (entre los que había piuchenes, vampiros, etc). Pero, existían más horrores, y los anteriores no eran sino solo los servidores que estaban en un estadio intermedio de poder. Los dioses en realidad eran otros: les llamaba los Antiguos, y eran serpientes gigantes, seres idiotas de grandes poderes y bestias tentaculares, entre otros. Todo ello me recordó al escritor de ficción de horror Howard Phillips Lovecraft y su mundo repleto de criaturas del mal. En efecto, me respondió, Keissell, Lovecraft había vislumbrado, “intuido”, desde la literatura tales seres; pero, la mitología de casi todos los pueblos ya era suficiente expresiva. Señaló que algunos ocultistas como Kenneth Grant vieron esta relación entre serpientes y Antiguos “lovecraftianos”; y que él había seguido la pista de estos investigadores. Es más, me señaló que antes de morir Grant le dio una carpeta inédita con sus investigaciones, de las cuales él era heredero.
El amor por la mitología le había permitido a Keissell descubrir la importancia de América en el culto a la serpiente. No por nada Quetzacóatl y Kukulkan eran serpientes emplumadas veneradas en el viejo México. Kukulkan recordaba al nombre Kutulu (¡el Cthulhu de Lovecraft!). La cultura de San Agustín, en Colombia, también había representado su adoración a la serpiente en esculturas. El pueblo Chan Chan en Perú, hizo algo parecido en sus edificios. Otro caso era el pueblo cañari (“hijos de la serpiente”), que fueron adoradores del ofidio, y que según ciertas leyendas el fundador de ese pueblo antes de desaparecer se transformó en una serpiente, sumergiéndose en un lago. Pero, América lo había proveído de una fuente que le permitía ampliar sus estudios: la creencia chilota como mapuche en un conflicto ocurrido ab origine entre dos serpientes: Caicai Vilú y Trengtreng Vilú. Esta dualidad representada entre la serpiente de agua (Caicai Vilú) y otra de tierra (Trengtreng Vilú) no era otra cosa que la eterna lucha entre bien y mal. Aunque Caicai Vilú fue derrotada, sin embargo su culto se habría mantenido por milenios, aunque en las sombras. Y era especialmente en la zona donde se libró la gran batalla, en la zona comprendida de Araucanía a Chiloé, al sur de Chile, donde se estaban realizando ciertos actos que según Keissell tenían relación directa con el renacer y recrudecimiento del culto antiguo...
Ello era lo que le obligaba a ir al sur chileno, primero a Chiloé y luego a un lugar de la costa de Araucanía llamado Nehuentúe, pues un conocido mapuche de la capital le había hablado sobre una machi de esa localidad que a ciertos lonkos le había advertido sobre la existencia de kalkus (brujos) que estaban intentando hacer volver a la serpiente Caicai Vilú.
Deseaba detenerlos, pues de lo contrario la humanidad peligraba.
—Me demoraré un mes... Eso espero. Sino retorno, algo habrá salido mal.
Esas fueron sus palabras. Las últimas que oí.
2.-
HACIA EL SUR
El periodo que siguió al encuentro relatado, fue muy extraño. Tanto a nivel personal como nacional. A los pocos días de los hechos relatados, asumió una nueva jefatura en la Biblioteca Nacional. Para desgracia mía, el grato ambiente anterior se vio menoscabado con la presencia de un funcionario que solía importunarme por cualquier cosa, lo que desencadenó en que terminara renunciando. A nivel nacional, ciertas situaciones me llamaron la atención. Por un lado, la serie de temblores y bravas marejadas en la zona austral, en un amplio perímetro comprendido desde la Araucanía hasta parte de la Patagonia; una ola de suicidios en Aysén (la que recordaba la acaecida entre los años 2000 y 2006); los constantes incendios en parques forestales, perpetuados por desconocidos; como la agitación de los mapuche por sus demandas territoriales, que habían tomado una violencia inusitada. Todos estos hechos me alertaron, siendo imposible no rememorar los dichos de Keissell.
No sé si fue debido a este cúmulo de hechos, que mis acostumbrados prosaicos y plácidos sueños derivaron en pesadillas. Lo cierto es que una fuerte inquietud empezó a apoderarse de mí desde aquel tiempo.
Cuando transcurrió más de un mes sin tener noticias de Keissell, tal malestar derivó en algo peor: un miedo y un pesimismo que me impedía buscar trabajo o hacer cualquier actividad importante de manera normal. Finalmente, lo decidí: Iría a Nehuentúe, aquel lugar del cual me habló. Y ello a pesar del recrudecimiento de las luchas entre mapuche y fuerzas policiales. ¡Esa era la única forma de saber qué había ocurrido con Keissell! Para ello, solicité ayuda económica a mis padres, sin entrar en detalles explicativos sobre mi viaje. Ellos entendieron que yo necesitaba relajarme y pasar las penas producto de mi renuncia laboral, por lo que no solo evitaron toda objeción al proyecto, sino que, por el contrario, me apoyaron sin vacilación.
La llegada a Nehuentúe fue complicada en extremo. En el bus a Temuco una mujer indígena me escupió el rostro sin mediar provocación de mi parte. El vehículo quedó detenido por media hora debido a que una de sus ruedas se rompió. Y como si fuera poco, los carabineros hicieron bajar a todos los pasajeros un poco antes de llegar a Temuco, porque según sus dichos “estaban buscando a un terrorista”... Al no hallarlo, el viaje continuó; pero debí alojarme en la ciudad dado que se me había hecho de noche.
A la mañana siguiente tomé un bus a Carahue, y de allí conseguí que un taxista me llevase a Nehuentúe. La belleza del lugar no era suficiente para calmar mi ansiedad. Sin tener plena claridad de lo que haría, pregunté a los habitantes del pueblo por mi amigo. Como tal vez su nombre no les dijera mucho, o al menos buscarlo sólo por su denominación podría ser restrictivo, opté por hacer una descripción física de él. ¡Y ello dio prontos resultados!
Unos jóvenes recordaban haberlo visto unas dos semanas atrás. Lo notaron muy nervioso y cansado. Se habría alojado en el hospedaje Estrella de Arauco, decían. No podían corroborarlo. Pero, lo que sí aseguraban era haberlo observado caminando junto a la machi Carmen Caliqueo en dos o tres ocasiones.
Al ser interrogados acerca de si era factible ir a su vivienda, me dijeron que lamentablemente la machi había muerto hace solo unos cuatro días. Hasta hoy —agregaron—, no se explicaban el móvil del homicidio, pues según ellos pensaban no había nadie en el pueblo que no la admirase, dado su gran conocimiento en materias espirituales como medicinales y su evidente bondad. Había sido encontrada cerca de la carretera, y sus vestimentas y cuerpo delataban que había sido arrojada desde un vehículo a gran velocidad. Pero, eso no era todo: había sido decapitada.
3.-
EL BREVE DIARIO
Luego de estas lúgubres noticias, recorrí la zona costera, para despejar mi mente. Frente a las olas, recapitulé los últimos acontecimientos que había vivido. Y quise buscar una explicación a todas estas muertes, a todos estos sucesos que estaban rodeando mi vida, desde el momento que conocí a Keissell. Y, contra mis deseos, no me quedó otra posibilidad que encontrarle razón. Sus palabras, cual profecía, se iban cumpliendo de manera rápida y eficaz.
Fue en esas meditaciones, cuando deduje que si Keissell estuvo en este pueblo, lo más posible es que haya morado en una pensión. Además, ¿no me habían mencionado los jóvenes a la Estrella de Arauco, como un lugar donde pudo haber estado mi amigo? Dejé, entonces, la brisa marina y me encaminé hacia las calles sin pavimentar, en búsqueda de la pensión u hospedaje.
Como imaginé no fue tarea difícil hallarla. Era una casa de dos pisos, pintada de color azul y con un viejo letrero que amenazaba caerse. Para ser sincero, el inmueble no me dio buena impresión, a pesar de ser la fachada desde un punto de vista arquitectónico bastante aceptable. No sé cómo explicarlo, pero esa casa rezumaba una suciedad invisible y una decadencia que impactaba a mi ser. Pero, claro, no existía otro lugar de hospedaje. No había más alternativa. Así que toqué el timbre y abrí completamente la puerta que alguien había dejado semiabierta. Al poco rato, apareció una mujer gruesa y desaliñada. Estaba vestida con un desgastado traje azul, que vi impregnado de grasa. Posiblemente había estado preparando un pollo o pescado —pensé. Sus labios eran gruesos y no sé porqué la asimilé con un reptil. Luego del saludo de rigor, me sorprendió con la siguiente frase:
—Debe ser Usté... Sí, Usté quien anda por ahí preguntando por el gringo... Mmm.... Bueno, pues creo que le dejó algo. A ver... A ver... Por aquí... por aquí.
Buscó debajo de la mesa y sacó un cuaderno.
—Acá está. ¡Sí, éste es! Tome, su mercé. Antes de salir rumbo a ese lugar al cual nadie va, dejó esto.
Me lo entregó. Agradecí y me despedí, no sin antes preguntar el valor del hospedaje. Señaló un precio bastante bajo, que yo podría pagar sin problemas. Pero, como no era demasiado tarde y aun no decidía si me quedaría allí, fui primero hacia la playa a leer el texto.
Era un cuaderno bastante arrugado y manchado con tierra en sus tapas. La letra había sido escrita con lápiz pasta y constaba de cerca de 25 páginas escritas de un total de 80. Relataba el viaje desde Santiago a Chiloé. En este último lugar Keissell recopiló valiosa información sobre la mitología local, especialmente sobre la organización brujeril la Recta Provincia y el mito de la lucha entre las dos serpientes Caicai y Trengtreng. En eso estuvo un periodo de dos a casi tres semanas. Luego fue a Nehuentúe. Allí dejaría reflexiones del todo importantes, que me ayudarían a aclarar el misterio de su desaparición.
Obviaré las descripciones de los paisajes y otros temas inferiores, para conservar lo pertinente a sus pensamientos e intenciones, que sin duda es lo valioso.
He aquí el texto.
“DIA 1 EN NEHUENTÚE:
Luego de un cansador viaje estoy por fin en Nehuentúe. Me alojo en una hospedería de precio conveniente, aunque exenta de comodidades. Pues, ¡bien!, lo único que me interesa es tener un lugar seguro donde dormir.
Mañana —eso espero—, podré contactar a la machi Carmen Caliqueo, de quien he oído muy buenas referencias en torno a lo que es sabiduría mapuche. Ella es quien habría mencionado a algunos lonkos de la zona, la presencia de kalkus.
DIA 2:
Anoche tuve unos sueños muy extraños. Me veía en un lugar de bosques oscuros, huyendo hacia el interior de seres mitad hombre, mitad serpientes. ¡Esto tal vez se deba a mis lecturas en torno a razas primigenias, vinculadas con la sierpe! ¡No sería extraño! De todas formas, fueron sueños horribles. Me deseaban atrapar para cumplir uno de sus rituales: el de ocupar un trono de piedra frente al mar, luego de ser cambiado mi rostro.
Por suerte, el día despejó las sombras de las pesadillas y fue positivo: conversé con la machi. Le expliqué que era amigo de M... Cariman, de Santiago, quien me había recomendado acercarme a ella con la finalidad de estudiar de parte de una conocedora sobre los cultos más antiguos de los mapuche. Me corrigió, señalando que en verdad lo que yo llamaba de esa forma, no eran más que las creencias y horribles prácticas de los kalkus o brujos negros, por tanto algo ajeno a la antigua espiritualidad mapuche.
Conversamos mucho. Es una mujer de sapiencia y notable amabilidad. Incluso me ofreció quedarme con su familia unos días; pero, como no deseo abusar, desistí de aquéllo.
DIA 3:
Recordando y estudiando más sobre la mitología mapuche, la chilota como además los procesos judiciales llevados a cabo en Chillán como en Chiloé en contra de los llamados brujos, me sorprende la importancia de la serpiente como guardiana de la cueva de los kalkus. En algunos lugares se le denomina culebrón y las descripciones recogidas por los folcloristas son bastante repulsivas. Llama la atención que en un país como Chile donde casi no hay variedades de serpientes y las que hay sean de tamaño pequeño comparadas con las de los países selváticos y tropicales, se le dé tanta importancia a tal animal.
La razón debe ser ésta: En ciertos círculos esotéricos se dice que el sur de Chile corresponde al sexo del mundo; por tanto, nuestro país es el lugar donde se asienta la serpiente Kundalini de los hindúes, de donde proviene la energía sexual: fuente de vida y muerte, energía caótica, que debe ser disciplinada para ascender.
DIA 4:
Continúan las pesadillas. Me levanté a media noche y bajé al primer piso con la intención de salir a caminar y refrescar mi cerebro; pero, una conversación entre la dueña del hospedaje y quien creo ha de ser su marido me lo impidió. Hablaron sobre --------------------- (Aquí la página había sido arrancada, perdiéndose el texto, hasta una parte que decía: “Todo esto me provoca un miedo indescriptible. Pienso que ALGO saben sobre mis investigaciones”).
DIA 6:
¡Es tanto lo que deseo escribir, narrar; pero el tiempo apremia! He continuado las conversaciones con la machi, quien me indicó en un tono de preocupación que en la aldea de Huecuhue (al norte de Nehuentúe) se han estado incrementando los ritos sangrientos de los kalkus. Se habrían inmolado vacas y cerdos en cantidades importantes, y no se duda que también se hayan sacrificado niños... Al preguntarle sobre su informante, me dijo sonriente: “Las machis tenemos nuestros propios aliados y fuentes de información”.
Carmen Caliqueo me ha expresado que si deseamos detener el culto serpentino y su poder, urge apersonarnos en Huecuhue a averiguar qué se está efectuando e intentar frenarlo... No niego que esto me atemoriza, pues si bien he leído mucho sobre los poderes de los brujos, otra cosa es presenciarlos. ¡Y como creo en los relatos orales y escritos al respecto, estos son inmisericordes! A veces la muerte no es lo peor... Y hay maldiciones que van más allá de la tumba.
DIA 7:
Dejaré en este lugar este breve cuaderno como testimonio de mis pensamientos y experiencias recientes. En el eventual caso que mi joven amigo de Santiago llegase a conocerlo, le sería de utilidad en tanto confirmaría mis aprensiones sobre lo que está ocurriendo en esta zona del mundo, respecto a las cuales él pudo dudar en cierto momento, lo cual no podría criticarle... ¡Quiera Dios que llegue a alguien!
DIA 8:
Mañana viajaré con la machi a Huecuhue. El lugar está a poco menos de dos horas de camino a pie. Me dijo que es recomendable no utilizar medios de transporte, y que saldremos a las 20 horas. Así evitaremos que sospechen de nosotros. Aun cuando Nehuentúe es un pueblo pacífico y “del lado bueno”; la machi me ha dicho que los últimos días ha tenido ciertas visiones de que podría haber aliados o emisarios de los kalkus, incluso acá.
Llevaré una botella con agua, un saco de dormir y dos linternas.”
Hasta aquí el texto.
Mi sensación luego de su lectura fue la de un espanto que heló la sangre. Temí lo peor. Sin embargo, decidí que iría a Huecuhue. Era posible que mi amigo no estuviese muerto, sino perdido o tomado prisionero. Pensé en solicitar ayuda a carabineros, pero aparte del hecho que estaban ocupados con el asunto de la violencia en ciertas reservas mapuches... ¡no me creerían! Iría igual. Tal vez aun pudiera hacerse algo...
4.-
EL DESENLACE
Al día siguiente almorcé en un restaurante, de esos típicos del sur chileno. Era un lugar oscuro, con una TV prendida y unos hombres bebiendo mientras conversaban casi a gritos. La comida era un caldillo de congrio, cuyo sabor era exquisito. El calor de éste me daría las energías necesarias para preparar el viaje.
Estaba ya finalizando, cuando llegó un viejo con ropaje sucio y pelo desordenado. (¿Un mendigo?). Venía excitado... Se acercó hacia la mesa donde estaban los hombres bebiendo. Sin mediar saludo, el viejo les dijo que algo tremendo había sucedido: el cuerpo de la machi había sido profanado. En la mañana familiares habían ido al lugar, cuando se sorprendieron al ver un foso y un montón de tierra al lado, donde debía estar la tumba de la machi. Ahora, su cadáver no yacía allí.
El mensaje me parecía revelador. ¡Debía actuar pronto! Me retiré del restaurante y fui a la posada, a manifestar mi intención de viajar a Huecuhue. La mujer de aspecto de batracio me miró con atención, gesticulando de una forma que no pude saber si era una mofa o un rechazo. Hizo un signo semejante a aquel que hacen los católicos cuando se persignan, pero en dirección inversa. Y luego dijo:
—Usté no debe saber... O quizá sí... Se dicen cosas... Bueno, cosas na´ huenas sobre ese lugar. Piénselo otra vez. Yo, yo... no iría.
Y, sin embargo, me indicó cómo llegar. No quise perder más tiempo. Podía ayudar a Keissell si estaba aun vivo. Cada minuto podía ser decisivo en su rescate. Le pagué a la señora y me retiré. Al cerrar la puerta del hospedaje, creí percibir una risa. No deseé confirmarlo.
La tarde la destiné a preparar el viaje, comprando un par de linternas, varias pilas, bebestibles, un saco de dormir, un cuchillo de gran tamaño y algo para comer. Fui a la iglesia local donde estuve una hora; y luego intenté ubicar a los jóvenes que me hablaron sobre Keissell cuando llegué al pueblo, para contarles de que saldría de Nehuentúe y que si no volvía dentro de un día, que por favor llamaran a mis padres. Los encontré y les dejé el número celular de aquéllos y les entregué como recompensa un poco de dinero.
La noche empezaba a caer. Sin embargo, la luna era llena y alumbraba lo suficiente el camino costero hacia Huecuhue.
Durante mi andar, sentí pasos. Una vez que me volteaba a ver qué ocurría, se detenían. Esto afectaba mi estado nervioso. Pero, ya estaba lejos de Nehuentúe y no deseaba dejar solo a Keissell. Solo debía avanzar y cuidarme lo más que pudiese. Para mí ya no había retorno.
Las olas parecían más bravías y escuché a un ave que graznaba muy cerca mío. Era como si los elementos estuviesen en mi contra. Al menos ese lugar era inhóspito y por algo temido por los sureños desde antaño.
Pude ver unas quince a veinte casas. Eran de madera y todas pintadas de color azul. No vi a nadie en la caleta, hasta que percibí una especie de entonación visceral y molesta. Parecían voces humanas, pero en un estado anormal. Era como si quisiesen imitar el ruido de un animal. Agudicé el oído y escuché tambores que eran golpeados con suavidad, de manera monótona. También el sonido de flautas o con más certeza pifilkas, era parte del ritual.
Me dirigí hacia el lugar de donde provenía lo que parecía un peregrinaje, el que se dirigía hacia el mar. En la playa un grupo de unos treinta hombres y mujeres de movimiento torpes, junto a sus antorchas cantaban y llamaban a Caicai Vilú. En el centro del grupo divisé algo como rocas, y sobre ellas a gente, posiblemente los líderes.
Hubo un movimiento inusual de las aguas. Y desde el mar una especie de respuesta a las voces e instrumentos de los hombres. ¡Aquel sonido, si es que puede llamarse de esa forma, no lo podré olvidar jamás! Me recordó a las grabaciones de los delfines, y sus tonos extraterrestres... Era semejante, aunque más grave, sombrío, maligno.
Y luego, vi algo que hasta hoy dudo si era cierto.
La cordura es frágil y ante espectáculos como éste puede romperse. Por ello, no deseo dar otros detalles que éste: creo haber visto una serpiente gigantesca intentando salir del mar... Pero, algo falló y pronto retornó a las profundidades.
Se escucharon las loas de los acólitos del mal, quienes lanzaron las antorchas al agua en señal de victoria y se dispersaron por diversos puntos hacia sus casas.
Esperé que todos se retirasen, para salir de mi escondite, una roca.
Y luego fui hacia lo que pensé eran tronos pétreos...
Lo que vi me hizo huir, despavorido. Corrí, corrí, sin descansar, hasta llegar a Nehuentúe; pero, no me pareció confiable la hospedería, luego de haber leído el cuadernillo de mi amigo...
Aliados... Emisarios... Había dicho la machi a Keissell.
Me quedé en la ribera, esperando que el sol surgiera. Ya reiniciada la vida del pueblo, tomé un taxi, retorné a Carahue, luego a Temuco, y llegué a Santiago.
¡No deseo saber más del sur y sus espantos! Pues lo que vi eran los cuerpos de dos cadáveres sobre dos especies de bancas de piedra. Uno era el de un hombre, pero con el rostro de una mujer indígena. El otro el cuerpo de una mujer de aspecto mapuche... con el rostro de mi amigo.
Era ese uno de los ritos a los cuales Keissell había hecho referencia en sus anotaciones y en el cual él sin haberlo pretendido había sido partícipe junto a la machi.
(Relato incluido en la antología “Chile del Terror, Visiones Lovecraftianas”, Austrobórea ediciones, 2015)
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