El día sábado 28 de febrero de 2008 en una inusual lluvia con tormenta eléctrica en la estación de verano, fallece en Santiago de Chile el escritor y diplomático Miguel Serrano. Como una despedida, su amado Santiago le mostraba con gesto sorprendente su admiración. A él que cantó a Santiago, a él que buscó con todo su ser el verdadero nombre de esta ciudad, uno oculto, uno secreto.
Polémico, aventurero, fiel a ideas odiadas, contradictorio, mago... sin embargo, fue capaz de pasar esta vida de manera distinta a la mayoría de los mortales.
Tuve la suerte de conocerlo y ser quizás uno de los pocos que se atrevieron a discrepar con él (por cierto, junto a mi hermana, en quien aprecio la hidalguía de oponerse cuando algo le parece incorrecto, sin miedo a caer mal) en su misma presencia y a pesar del respeto reverencial que creaba.
Era un hombre enigmático, culto, de otro tiempo, poético. Pude hablar con él de diversos asuntos: política, René Guénon, el mundo de los sueños, Islam, Lovecraft, Poe, la Antártida, sicología, etc.
Su acercamiento al ocultismo, su nacional-socialismo (el cual me parece más una forma de lealtad con su generación y con los muertos del "nacismo" chileno masacrados cobardemente por funcionarios del gobierno de Alessandri en la torre del Seguro Obrero, hecho que impresionó a todo el Chile del año 1938; que una verdadera adherencia al cientificista racismo germánico, el que por cierto dudo hubiera aplaudido la literatura "esotérica" de Serrano) y su visión de los OVNIS me parecen del todo cuestionables y criticables. Pero, ello no puede hacer desmerecer su calidad literaria como también algunas de sus intuiciones, como la postulación de un "nacionalismo mágico" o "telúrico" y de una "patria mágica", conceptos muy distintos al simple y frío nacionalismo político. Baste recordar obras como "Los misterios", "Ni por mar ni por tierra", "Elella", o sus "Memorias", para darnos cuenta que estamos frente al mejor escritor chileno y americano. Y ello, porque como bien decía Erwin Robertson es un "escritor diferente". ¡Qué duda hay!
Sobre lo primero, así lo han reconocido grandes escritores y críticos literarios como José Miguel Varas, Armando Roa, Armando Uribe o Cristian Warken. Sobre lo segundo, mencionemos que él resaltó como misión de cada chileno el penetrar el paisaje que nos quiere hablar. Este amor al paisaje es el que me llevó a ir a Melimoyu - la montaña sagrada del sur de Chile y que Serrano equiparaba al Kailás-, a estudiar los monolitos de El Quisco, y a perderme en los cerros andinos en busca del lenguaje simbólico de la naturaleza. Pues el hombre no es tal, sino se reencuentra con su paisaje, sus tierras, sus montes, y el misterio que habita sus cielos abiertos.
Recuerdo una anécdota. Fue en el Primer Encuentro de la América Románica, celebrado por la revista Ciudad de los Césares, que se realizó en Viña del Mar, cuando yo tenía alrededor de 20 años. En dicha oportunidad el señor Alberto Buela, un argentino director de la revista Disenso, señaló tímidamente que uno había nacido aquí, en América, por razones que no sabía; su tono, así me pareció y que me disculpe el señor Buela, era el de quien pide disculpas. Serrano se levantó y dijo que él en cambio había nacido aquí, en Chile, porque él así lo había querido. ¡Ese era Miguel Serrano! El hombre que defendía sus ideas a pesar de todo, a pesar de todos.
Hoy debe estar descansando junto a su amada "Papan", la dorada Irene, quien inspiró parte de sus mejores páginas, como esas notables del segundo tomo de sus Memorias.
Mientras la historia está repleta de hombres que escriben poesía, Serrano supo vivirla.
El Chile mágico de Serrano, no muere con él. No puede hacerlo. Pues quien es fiel a los sueños, y ama el paisaje se hace parte del Mito y la naturaleza lo recibe en su cálido seno, para ser portegido por esos cerros que amaba. Esos gigantes de roca que cuidan nuestra Patria mágica y cuya mirada Serrano siempre contempló de frente.
Polémico, aventurero, fiel a ideas odiadas, contradictorio, mago... sin embargo, fue capaz de pasar esta vida de manera distinta a la mayoría de los mortales.
Tuve la suerte de conocerlo y ser quizás uno de los pocos que se atrevieron a discrepar con él (por cierto, junto a mi hermana, en quien aprecio la hidalguía de oponerse cuando algo le parece incorrecto, sin miedo a caer mal) en su misma presencia y a pesar del respeto reverencial que creaba.
Era un hombre enigmático, culto, de otro tiempo, poético. Pude hablar con él de diversos asuntos: política, René Guénon, el mundo de los sueños, Islam, Lovecraft, Poe, la Antártida, sicología, etc.
Su acercamiento al ocultismo, su nacional-socialismo (el cual me parece más una forma de lealtad con su generación y con los muertos del "nacismo" chileno masacrados cobardemente por funcionarios del gobierno de Alessandri en la torre del Seguro Obrero, hecho que impresionó a todo el Chile del año 1938; que una verdadera adherencia al cientificista racismo germánico, el que por cierto dudo hubiera aplaudido la literatura "esotérica" de Serrano) y su visión de los OVNIS me parecen del todo cuestionables y criticables. Pero, ello no puede hacer desmerecer su calidad literaria como también algunas de sus intuiciones, como la postulación de un "nacionalismo mágico" o "telúrico" y de una "patria mágica", conceptos muy distintos al simple y frío nacionalismo político. Baste recordar obras como "Los misterios", "Ni por mar ni por tierra", "Elella", o sus "Memorias", para darnos cuenta que estamos frente al mejor escritor chileno y americano. Y ello, porque como bien decía Erwin Robertson es un "escritor diferente". ¡Qué duda hay!
Sobre lo primero, así lo han reconocido grandes escritores y críticos literarios como José Miguel Varas, Armando Roa, Armando Uribe o Cristian Warken. Sobre lo segundo, mencionemos que él resaltó como misión de cada chileno el penetrar el paisaje que nos quiere hablar. Este amor al paisaje es el que me llevó a ir a Melimoyu - la montaña sagrada del sur de Chile y que Serrano equiparaba al Kailás-, a estudiar los monolitos de El Quisco, y a perderme en los cerros andinos en busca del lenguaje simbólico de la naturaleza. Pues el hombre no es tal, sino se reencuentra con su paisaje, sus tierras, sus montes, y el misterio que habita sus cielos abiertos.
Recuerdo una anécdota. Fue en el Primer Encuentro de la América Románica, celebrado por la revista Ciudad de los Césares, que se realizó en Viña del Mar, cuando yo tenía alrededor de 20 años. En dicha oportunidad el señor Alberto Buela, un argentino director de la revista Disenso, señaló tímidamente que uno había nacido aquí, en América, por razones que no sabía; su tono, así me pareció y que me disculpe el señor Buela, era el de quien pide disculpas. Serrano se levantó y dijo que él en cambio había nacido aquí, en Chile, porque él así lo había querido. ¡Ese era Miguel Serrano! El hombre que defendía sus ideas a pesar de todo, a pesar de todos.
Hoy debe estar descansando junto a su amada "Papan", la dorada Irene, quien inspiró parte de sus mejores páginas, como esas notables del segundo tomo de sus Memorias.
Mientras la historia está repleta de hombres que escriben poesía, Serrano supo vivirla.
El Chile mágico de Serrano, no muere con él. No puede hacerlo. Pues quien es fiel a los sueños, y ama el paisaje se hace parte del Mito y la naturaleza lo recibe en su cálido seno, para ser portegido por esos cerros que amaba. Esos gigantes de roca que cuidan nuestra Patria mágica y cuya mirada Serrano siempre contempló de frente.
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