Introducción: Una travesía entre
ciencia y alma
En los márgenes de la ciencia y la mística existe un
territorio poco explorado, un espacio donde la física cuántica, la filosofía
oriental y las tradiciones visionarias convergen en un solo hilo de coherencia.
El presente artículo surge de la necesidad de pensar la conciencia considerando al ser
humano no como un observador pasivo, sino como co-creador de la realidad,
a la vez de explicitar la posibilidad de un acceso directo a la fuente
informativa/imaginal.
A través de las ideas del científico mexicano Jacobo
Grinberg-Zylberbaum y del filósofo francés e iranólogo Henry Corbin, propongo un recorrido donde la mente humana, el mundo
imaginal y la información universal se entrelacen, mostrando que lo real no es solo lo que percibimos, sino lo
que resonamos y hacemos resonar.
Este texto no pretende dar respuestas definitivas,
sino abrir preguntas profundas: ¿qué significa la conciencia? ¿hasta dónde
alcanza su poder de creación? ¿cómo interactúa con el universo en tanto campo
de información?
Cada sección buscará iluminar estas preguntas desde un
diálogo entre ciencia, filosofía y
misticismo, ofreciendo un puente entre lo visible y lo invisible.
El lector será invitado a abandonar, temporalmente, la
lógica lineal y a sumergirse en un lenguaje que acepta paradojas, coincidencias
y fenómenos aparentemente contradictorios. Solo así se puede comprender la
visión que aquí se despliega: la
realidad como información, vibración y significado, donde la conciencia
humana actúa como resonador y co-creador.
1. El alma como ecuación del cosmos
La física moderna con autores como David Bohm, Rupert Sheldrake, Fritjof Capra
y Ervin Laszlo, ha revelado que
los límites de la medición y la observación conducen a fenómenos que desafían
la concepción clásica de la realidad. En este terreno fronterizo, materia y
espíritu no son considerados como opuestos, sino manifestaciones de un flujo de información vibrante. La
conciencia, lejos de ser pasiva, es ecuación
viviente, modulando la realidad con cada pensamiento, emoción o
intención.
Jacobo Grinberg-Zylberbaum concibió el cerebro humano
como un interferómetro del infinito,
capaz de captar patrones de información universales. La mente traduce
información en experiencias y, en cierto sentido, crea la realidad local que habita. Este acto de percepción es, a
la vez, un acto de creación cuántica.
El Mundo Imaginal, tal como es descrito por Corbin
(basándose en Suhrawardi y la
tradición sufí chiita o irfan), opera
en el mismo registro: un espacio entre
lo espiritual y lo material, donde los símbolos existen con energía
perceptible. En términos modernos, son estructuras de información que median la
interacción entre conciencia y cosmos.
En síntesis, el alma como ecuación del cosmos nos muestra
que la realidad no es rígida ni externa; por el contrario cada acto consciente, cada intuición y cada
símbolo reorganizan la matriz universal, revelando un cosmos en
constante diálogo con la conciencia.
2. El campo sintergético: geometría
de la conciencia
La sintergia, según Grinberg, es la interacción entre
la mente individual y el campo universal. Este último no es físico, sino informacional, donde cada pensamiento,
emoción o intención genera modulaciones que repercuten en la realidad misma. La
conciencia humana se convierte en nodo
resonante, capaz de leer y transformar patrones universales.
La percepción deja de ser pasiva y se convierte en creación cuántica. Cada observador
produce interferencias que implican estados de información potencial,
traduciéndolos en fenómenos perceptibles. Los sueños, visiones y las sincronicidades
jungianas son así naturales manifestaciones del campo.
Esta geometría de la conciencia se proyecta en la
realidad compartida: decisiones y actos creativos forman un tejido de resonancias, donde cada
individuo contribuye al campo común. Por su parte, la física cuántica confirma
que las partículas no existen aisladas, sino como sistemas interdependientes de posibilidades.
En el trance espiritual (y en ciertos estados
alterados provocados por “plantas de poder”), la mente pierde muros o filtros espacio-temporales, accediendo
a dimensiones del campo donde pasado, presente y futuro coexisten; participando
de lo que la física llama “cuarta dimensión”.
La sintergia funciona como herramienta de expansión cognitiva y ontológica, permitiendo
experiencias que los místicos y chamanes han descrito durante siglos.
El campo sintergético nos enseña que la realidad es fluida, simbólica e informacional, y
que la mente humana no refleja el mundo, sino que moldea el mundo desde la resonancia.
3. El Akasha: memoria cuántica del
cosmos
Me quiero detener brevemente en una teoría cara a los teósofos
y que el filósofo y científico Ervin
Laszlo ha recuperado para la discusión más actual sobre la organización del
cosmos. Me refiero a los llamados Archivos Akashicos.
El Akasha representa el éter primordial y la memoria
universal. Hoy puede interpretarse como un campo holográfico de información, donde pasado, presente y futuro
coexisten como potencialidades. Cada evento deja una huella, y la conciencia
puede sintonizar estas huellas más allá del tiempo lineal.
La lectura del Akasha no requiere desplazamiento
físico, sino sintonización vibratoria.
En estados meditativos o visionarios, la mente accede a información contenida
en un campo que trasciende espacio y tiempo, presentándose como conocimiento,
intuición o visión.
Es también un puente entre lo individual y lo
colectivo: cada experiencia personal está codificada en la matriz universal, y
el acceso consciente permite recuperar
patrones que trascienden la biografía individual, conectando al sujeto
con la totalidad.
El Akasha revela que la historia no solo ocurre, sino
que resuena, y que su resonancia
puede ser captada por conciencia sintonizada. Cada lectura del campo implica
interpretación, traducción y comprensión de la información vibratoria del
cosmos.
En conclusión, la noción del Akasha nos recuerda que la realidad es simultáneamente memoria y
creación, y que la conciencia humana posee la capacidad de modificar la
resonancia de la matriz universal.
4. Jacques Vallée y la inteligencia
del fenómeno
Aunque en una mirada rápida parecería no estar
vinculado a este camino, sin embargo creo que es valioso incorporar las ideas
centrales del científico más riguroso del fenómeno OVNI. Me refiero al francés Jacques Vallée, autor de “Pasaporte a
Magonia”, “Dimensiones”, “El Colegio Invisible”, etc.
Vallée observó que los fenómenos anómalos representan manifestaciones inteligentes del sistema
universal, diseñadas para interactuar con la conciencia humana. No son
invasiones físicas, sino interfaces
simbólicas que estimulan la expansión cognitiva.
El universo actúa como un intérprete pedagógico,
proponiendo símbolos y experiencias que reorganizan la percepción humana. Cada
encuentro con lo extraordinario es un ejercicio
de resonancia, donde el observador y el fenómeno coexisten en un mismo
campo de coherencia.
Esta perspectiva conecta con el Mundo Imaginal y la
sintergia: los fenómenos anómalos operan en niveles de realidad paralelos, donde las reglas físicas clásicas
no aplican de manera directa. La mente puede decodificar información de esos
niveles si sintoniza con el campo adecuado.
Vallée sugiere que lo que llamamos “realidad objetiva”
es solo un segmento limitado de la totalidad, que incluye los campos de
información mediadores entre conciencia y cosmos, entre símbolo y materia.
En definitiva, los fenómenos anómalos son formas legítimas de conocimiento,
accesos a la inteligencia del universo que se manifiestan mediante patrones,
símbolos y resonancias perceptibles por la conciencia.
5. El Mundo Imaginal como interfaz
universal
El Mundo Imaginal, según Corbin, es la zona donde,
símbolos, visiones y arquetipos existen con energía perceptible, intermediando entre lo espiritual y lo
material. Es en esa zona liminal donde el milagro ocurre y donde lo
espiritual se corporiza y lo corporal se espiritualiza. Es la región/tiempo
donde el profeta Muhammad realiza su
viaje espiritual y donde los santos pueden volar. Donde los ángeles descienden
a este plano y donde se ubican los místicos territorios de la Hurqalya iraní
o de la chilena Ciudad de los Césares.
El Mundo Imaginal es ontológicamente real, no una
construcción mental.
En la lógica de Grinberg, este plano funciona como una
interfaz cuántica, donde la
información se traduce en experiencias perceptibles. La mente, al ingresar,
actúa como operador de resonancia, colapsando estados potenciales de
información y generando fenómenos perceptibles.
Podríamos decir que es además, si se me permite la
expresión, un laboratorio del alma,
donde lo invisible toma forma y las experiencias simbólicas se integran en la
conciencia, transformando la percepción y la interpretación de la realidad.
El Mundo Imaginal sirve de punto de convergencia entre
tradición y ciencia, mostrando que los símbolos son instrumentos de conocimiento y la imaginación un acto de creación
ontológica.
Cada experiencia, símbolo o visión es un nodo de información que altera la
resonancia de la conciencia, revelando que la imaginación (en tanto
facultad vinculada a la imagen, no como sinónimo de ficción) es clave para
explorar el cosmos y el alma.
6. Ontología de la resonancia
La realidad es una red de información vibrante, donde lo psíquico y lo físico son
expresiones de un mismo proceso. Cada pensamiento o acto consciente genera
ondas de coherencia, modulando la estructura de lo real.
La conciencia humana funciona como un nodo resonante,
traduciendo información cuántica en experiencias perceptibles. La materia es información ralentizada, la mente es información interpretada, y el
espíritu es información pura.
Símbolos, sueños y sincronicidades son manifestaciones
del campo de resonancia universal,
traducidos en formas comprensibles por la mente. Cada interacción consciente
modifica sutilmente la red.
Sujeto y objeto dejan de ser independientes; la
realidad es un proceso continuo de
interacción, donde la conciencia crea y percibe simultáneamente.
Comprender la realidad como resonancia permite
integrar ciencia y mística: causalidad, tiempo y espacio emergen de un
entramado informacional, y la conciencia humana opera como catalizador y receptor de significados
universales.
7. El ojo
del corazón y el éxtasis.
La comprensión y el acceso a los planos profundos
del campo de conciencia —aquellos que subyacen a la apariencia material del
mundo— exigen una transformación radical en el modo de percibir. No se trata de
añadir información al intelecto, sino de modificar la estructura perceptual que
mantiene la separación entre sujeto y objeto. Para Jacobo Grinberg, este cambio
implica una disolución temporal de los filtros que la mente racional impone
sobre la realidad. El campo —esa trama sinérgica donde todo está
interconectado— no puede ser aprehendido por la mente discursiva, sino vivenciado
por la conciencia expandida, allí donde la percepción deja de fragmentar y
comienza a integrar.
El acceso
a tales planos ha sido descrito desde tiempos antiguos por místicos y chamanes
de distintas tradiciones. Las prácticas de contemplación, el canto ritual, la
danza extática o el uso sagrado de las plantas de poder no son fines en sí
mismos, sino métodos para alterar la estructura cognitiva, permitiendo que la
conciencia se libere de su condición de espectadora y se convierta en
participante activa del campo. Grinberg observó que estas experiencias no son
alucinaciones ni ilusiones subjetivas, sino formas de interacción real con
niveles más profundos de la realidad, que la cultura moderna ha olvidado
percibir.
La
apertura hacia una mirada más extensa se logra, entonces, mediante la suspensión
momentánea del sello racional, ese cierre perceptual que fija la realidad a un
modo único de interpretación. Al debilitarse la tiranía del lenguaje
discursivo, el ser humano puede ingresar al mundo del símbolo puro, donde la
imagen, el sonido y la emoción se funden en una experiencia directa de unidad.
Allí, la conciencia no traduce ni interpreta: participa. Esta es la verdadera
naturaleza de la sintergia: una sincronización entre el individuo y el campo,
donde la realidad se experimenta como una sola vibración viviente.
No es
casual que Grinberg haya explorado con tanta profundidad el chamanismo
mexicano, la cábala hebrea y la meditación oriental. En esas tradiciones
encontró modelos empíricos de acceso a la conciencia expandida, expresiones
diversas de un mismo conocimiento perenne. Fue su encuentro con los chamanes
—especialmente con Pachita— lo que lo transformó por completo. En ellos vio la
posibilidad de comprender, desde la ciencia moderna, los mecanismos
perceptuales que permiten al ser humano interactuar con la matriz informacional
del universo.
Henry
Corbin, desde la filosofía espiritual, ofrece una descripción complementaria de
este proceso. Afirma que el acceso a los planos imaginales —intermedios entre
lo material y lo espiritual— se produce por medio de una facultad especial del
alma: la imaginación activa. Este poder no es fantasía ni invención; es un modo
de percepción ontológica, una visión que emerge del “ojo del corazón” (oculus
cordis). A través de este órgano interior, el alma puede ver lo invisible y
dar forma sensible a lo espiritual, penetrando así en el mundus imaginalis,
donde el símbolo se revela como puente entre los mundos.
En la
visión conjunta de Grinberg y Corbin, el proceso de acceso al campo o al mundo
imaginal es una reeducación de la percepción. No basta con el conocimiento
racional ni con el entusiasmo místico; se requiere una disposición interior que
una la claridad del intelecto con la receptividad del alma. La sintergia
describe el proceso físico y neuronal por el cual la mente se sintoniza con la
coherencia del campo, mientras que la imaginación activa de Corbin explica el
modo experiencial y simbólico en que esa información se manifiesta en la
conciencia.
En
síntesis, acceder a estos planos es abrirse a una forma de conocimiento participativo
y simbólico, donde la separación entre conocer y ser desaparece. El observador
ya no analiza, sino que entra en resonancia con la realidad. El canto, la
danza, el silencio o la meditación no son medios de evasión, sino llaves de
sintonía: cada una disuelve una capa del yo racional, permitiendo que la
conciencia se reintegre al flujo total del campo.
El “ojo
del corazón” y la sintergia son, en esencia, dos expresiones de un mismo
proceso: la expansión de la percepción hacia su dimensión total. Cuando el alma
ve con este ojo, no ve objetos, sino presencias vivas; y cuando la mente entra
en sintergia, no procesa información, sino que se convierte en ella.
Ambas
vías, la del místico y la del científico consciente, apuntan hacia la misma
realidad subyacente: un universo donde la conciencia no es un fenómeno
derivado, sino la fuente misma del ser y del sentido.
8.- Conclusión: ciencia y mística
unificadas
La convergencia de Grinberg y Corbin nos muestra que
la conciencia no está confinada a un
cerebro ni limitada al tiempo lineal, como la ciencia materialista ha querido
hacernos creer. El universo ocurre dentro de la conciencia, donde
información, símbolo y materia interactúan inseparablemente.
El alma no es espectadora; co-crea la realidad. Cada acto de atención, intuición o visión
reorganiza la matriz universal, y la imaginación es un instrumento de creación
y decodificación.
Fenómenos anómalos, visiones y sincronicidades no son
aberraciones, sino manifestaciones legítimas del campo cuántico de información, revelando una inteligencia
universal que dialoga con la conciencia humana.
La realidad es desde este acercamiento entre Grinberg
y Corbin, proceso compartido de
significado y resonancia.
Finalmente, nuestra conciencia es el instrumento idóneo
por el cual el universo se organiza,
interpreta y experimenta, siendo espejo y voz del cosmos al mismo
tiempo.
El universo no ocurre fuera de nosotros; ocurre en la
resonancia de nuestra propia conciencia. Cada experiencia, cada símbolo, cada
visión, cada pensamiento, es participativo del cosmos.
Pues, como han entendido sufíes, chamanes y todos los
sabios del mundo, no hay dentro ni fuera…