Es cierto: Una imagen a veces habla más que cien palabras.
Al ver esta fotografía uno puede sentir la fuerza del cacique, la mirada dura. Hoy a nosotros hombres modernos, afeitados, perfumados, y viviendo una existencia alejada de la naturaleza, podrá sorprender la rudeza de aquel cacique que sostiene una lanza y cuatro calaveras. Pero en el mundo donde este hombre tehuelche o aonikenk amó, luchó y murió aquello era dignidad.
Es muy posible que el fotógrafo haya querido dar una mayor impresión de agresividad y "barbarie", y haya dispuesto al aonikenk o patagón, con las calaveras. No tenemos certeza de ello, aunque es bastante probable.
¿Qué sabemos de los aonikenk? No mucho. Su gran tamaño, cercano en muchos casos a los dos metros, hizo que los europeos los llamaran "patagones" (pies grandes). Creían en la magia, usaban talismanes, concebían la existencia de seres malvados que vivían en el mundo subterráneo, y sus entierros los realizaban conjuntamente con el sacrificio de caballos; pues creían que el hombre seguiría cabalgando con su corcel en el otro plano. Como en toda sociedad arcaica, la aonikenk tenía ritos de iniciación, que marcaban las etapas de la vida humana. Las iniciaciones comprendían no solo al hombre sino a la mujer. El cacique era quien dirigía a la tribu.
La fotografía se encuentra en el libro "Nahuel Huapi. Panoramas, leyendas, historias", de D. Hammerly Dupuy, Sociedad Geográfica Americana, Buenos Aires, 1946 p. 65. Y el texto que la acompaña dice:
"Cacique tehuelche, guerrero, Calfitru Cañupal, fallecido a los 103 años".
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