"El vino de la magia nunca deja de correr
Ni el brillo de la fiesta empieza a languidecer,
Ni cesa un instante la Canción del misterio
Que canta y exalta el santo Magisterio..."
("Un fragmento de vida", Arthur Machen)
Desde que descubrí a Arthur Machen, allá por 1990-1991, lo he leído y releído con gran deleite. Pareciera que a sus escritos (en muchas ocasiones verdadera prosa poética) le ocurriese lo mismo que acaece con los buenos vinos: En la medida que envejecen son más aromáticos, más exquisitos. Esta lenta destilación es uno de los artificios del gran mago que fuera Machen. Al inicio nos cautiva la trama, la historia y quizá alguna imagen bien lograda; pero, con el paso del tiempo, vamos deleitándonos en su capacidad para narrar, en lo sorprendente de los mundos construidos, en lo cuidada de su prosa.
Un caso interesante es su obra "Un fragmento de vida". Posiblemente sea uno de esos textos que nadie se atreverá mencionar cuando le pregunten por el escritor galés. Decir Machen es decir "El Gran Dios Pan", "El pueblo blanco", "Los tres impostores", etc. Pero, ¿quién señalará con prontitud la obra que aquí comentaré?
Y, sin embargo, me atrevo a señalar que es un texto inolvidable y magistral.
Su virtud radica en esa sutileza que consigue el autor para transformar la realidad, o mejor dicho para ver lo que hay de esencial en ella. Toda la obra de Machen es un desvelar, un intento por superar las formas, la rutina, lo seguro, lo racional, y llegar a esa sustancia íntima de la cual están hechas las cosas. Es la búsqueda por conocer el entramado del mundo. Y en este caso, más que en otros, la maestría consiste en ese proceder lento e insospechado con el que Machen nos va llevando para sumergirnos en los territorios de lo Fantástico.
La historia central de la novela es bien convencional. Un matrimonio que vive la rutina, el trabajo, y que es aquejado por su situación económica insuficiente, la que si bien le permite una paz aceptable, por otro lado no es capaz de generar la total independencia deseada, y menos el ahorro.
Edward Darnell, el protagonista principal, lleva diez años en un trabajo aburrido, sin mayores expectativas. Su mujer, Mary, con quien lleva casado solo un año, es bella pero quizá demasiado miedosa. En algún momento la tía de ésta, la señora Nixon, le ofrece algo que cambiará el destino de la pareja. Le ofrece una suma de dinero, que aunque no exagerada, podría permitir hacer un gasto para arreglar la casa o algo que de otra forma no harían. Esto generará ciertas dificultades, pues la elección no es simple. Se trata, como se ha dicho de un dinero generoso, pero no en cantidad lo suficientemente grande. Por ello, hay que optar bien que se hará con ese dinero.
Así transcurre más de la mitad del libro, en este continuo oscilar en lo que se comprará en definitiva con el dinero, lo que a ciertos lectores impacientes les parecerá demasiado, llevándolos incluso a dejar el libro a un lado; pero, les aseguro que si continúan y sobrepasan esta prueba hallarán algo valioso.
La tía tiene dificultades con su marido, quien según ella estaría siéndole infiel, por lo cual le solicita al matrimonio juvenil, arrendarles una pieza y pagar muy bien su estadía y no molestar su vida. A Darnell esto no le parece, pues encuentra que la tía es exagerada en sus miedos, y puede contaminar así a su ya poco osada mujer, modificando la apacible vida de él y Mary. Pero, luego de los ruegos de ésta y un análisis en frío sobre el aporte económico que podría significar su estadía, finalmente, aceptará.
Es en esos momentos cuando Machen va incorporando de manera muy sutil los elementos mágicos que hacen de él un gran escritor. Darnell empieza a ser consciente de ciertos hechos que lo van acercando a una realidad misteriosa. Su percepción se va agudizando y va viendo cosas que antes no podía contemplar. Y ello ocurre después que la señora Nixon llega al hogar, en una noche que es marcada por Venus.
En un fragmento de suprema belleza y profundo esoterismo, Machen dirá:
"Pero Darnell no tenía miedo, gracias al Lucero del Alba que había comenzado a resplandecer en su corazón. En realidad siempre había estado allí, y allí poco a poco había ido brillando con luz cada vez más clara; y empezó a darse cuenta de que, aunque sus pasos terrenos le condujeran por los caminos de la antigua ciudad asediada por los Hechiceros, y ésta resonase de cánticos y procesiones, él, sin embargo, también moraba en la serenidad y en la seguridad de aquel astro de luz, y de que contemplaba el confuso espectáculo de los mortales desde una altura indecible, desde donde veía misterios en los cuales no participaba realmente y oía canos mágicos que no eran capaces de hacerle abandonar los bastiones y sagrada ciudad.
"Su corazón estaba henchido de paz y de gozo cuando se acostó junto a su esposa y cayó dormido; y por la mañana, cuando despertó, se sintió alegre" (pp.118-119).
En un fragmento de suprema belleza y profundo esoterismo, Machen dirá:
"Pero Darnell no tenía miedo, gracias al Lucero del Alba que había comenzado a resplandecer en su corazón. En realidad siempre había estado allí, y allí poco a poco había ido brillando con luz cada vez más clara; y empezó a darse cuenta de que, aunque sus pasos terrenos le condujeran por los caminos de la antigua ciudad asediada por los Hechiceros, y ésta resonase de cánticos y procesiones, él, sin embargo, también moraba en la serenidad y en la seguridad de aquel astro de luz, y de que contemplaba el confuso espectáculo de los mortales desde una altura indecible, desde donde veía misterios en los cuales no participaba realmente y oía canos mágicos que no eran capaces de hacerle abandonar los bastiones y sagrada ciudad.
"Su corazón estaba henchido de paz y de gozo cuando se acostó junto a su esposa y cayó dormido; y por la mañana, cuando despertó, se sintió alegre" (pp.118-119).
Así lo prosaico, lo común, es dejado a un lado por el advenimiento de lo mágico. O mejor aun, lo mágico va transformando a lo común.
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