Es una gran alegría anunciar la PREVENTA de mi ensayo Brujería Chilena, Tomo II.



Es una gran alegría anunciar la PREVENTA de mi ensayo Brujería Chilena, Tomo II.
LA CASA DE MARIONETAS
Desde siempre, supe
que Valparaíso no era una ciudad como las otras. Algunos esoteristas la han llamado
"el Puerto de los Muertos", mientras excéntricos poetas murmuran que al
caer la noche, parece brotar otra urbe desde grietas que ninguna cartografía
oficial ha querido registrar. Yo, sin embargo, había decidido ignorar esas
habladurías… hasta que Elisa me habló de La Casa de Marionetas…
Ella era algo así como
una “follamiga”, una “amiga con ventaja”. Reconozco que siempre estuve
enamorado de esa hembra. Ataviada de finos corsés, faldas de cuero negro,
medias de rejilla, y una bella melena negra, era imposible ser inmune a sus
influjos. Pero, como nunca percibí un interés real de ella hacia mí en el
sentido de querer una relación más profunda, aceptaba mi rol sin quejarme de
poder acceder no sólo a su amistad, sino tener de vez en cuando ciertos
privilegios sexuales…
Pero tanto como su personalidad
sensual —propia de una auténtica vampiresa—, amaba su osadía en la vida. Nadie como
ella para adentrarse en los lugares más temibles de Valparaíso y tener
aventuras deportivas arriesgadas (“extremas”) en los cerros: lanzarse en caída y
a toda velocidad en bicicleta, por las calles empedradas, o hacer parkour en los más altos edificios
porteños.
En sus travesías por
rincones desconocidos de los cerros de la ciudad, había dado por casualidad con
un lugar que llamó La Casa de las Marionetas. Se trataba de un antro nocturno e
ilegal, de baja calaña, aunque de gran interés para personas de gustos exótico
como nosotros. Allí se reunían prostitutas, delincuentes, poetas desquiciados,
payasos callejeros y ancianos con miradas perversas. Aunque tal vez esto no era inusual en
Valparaíso, lo que lo hacía realmente atractivo era el hecho que parecían
pertenecer todos a un culto o secta… ¿Por qué Elisa lo creía? No estaba segura,
pero vio ciertos particulares gestos y formas de saludarse (como los que tienen
los masones), que la llevaron a esa conclusión. Ello, sumado al existir muchas
marionetas en distintas partes de la Casa, a la que los habituales parecían
venerar…
Quería que buscásemos
el lugar e intentásemos averiguar más. Y yo, obediente —¿acaso alguien podía desobedecerla?—, no lo dudé.
Anochecía, cuando
impulsados por una voluntad demoniaca, caminamos siguiendo los vagos recuerdos
de Elisa. Las calles del puerto se retorcían como nervios vivos bajo la niebla.
Los postes de luz se presentaban como si fueran huesos más que madera u hormigón. Y las casas, parecían contemplarnos
con ojos que no eran ventanas…
Todo era un cuadro
sugerente de larvas mentales y espantos.
Mi memoria retiene
haber cruzado el Cerro Toro, uno de los más peligrosos del puerto, llegando a
uno o dos cerros más arriba.
Por suerte, éramos
conocidos en el primero, lo que nos facultó entrar sin mayor inconveniente. Como
cortesía o “peaje”, obsequiamos unos gramos de droga a unos tipos de mirada
ansiosa y con armas de fuego, que ya habíamos visto en otras ocasiones.
Y luego, mi memoria se
hace borrosa en cuanto a los lugares que pasamos. Todo devino como un carrusel
pesadillesco…
Sólo vi una luz rojiza
al final de un pasaje y supe que era allí.
Una vez dentro, nos
sentamos frente a una mesa, siendo atendidos muy pronto por un tipo jorobado y
de labios leporinos. Era, por supuesto, el garzón.
—Qué. Qué… Qué van… Qué van a querer…sí,
que van a… ¿a querer, ustedes? —dijo, demostrando que además era tartamudo—.
Pedimos el vino de
casa, mientras observábamos la grotesca reunión de personajes presentes. Un
poco más allá de nosotros, una mujerzuela mostraba sus inmensos senos a un anciano
borracho y colorín, en otra mesa dos inmensos y rudos hombres jugaban a los
naipes, cerca de la puerta un trabajador portuario de cara cortada fumaba su
pipa, mientras algunas personas bailaban o hacían algo que con mucha
generosidad podríamos llamar baile…
Entonces, vi las
marionetas…
Estaban desperdigadas
en diferentes puntos del local. En las ventanas, al lado de los licores, cerca
de una lámpara… Eran como otros participantes. ¡Sí! Las percibí no como meros
juguetes u objetos artísticos, sino como seres vivos… O como recipientes de
almas…
Elisa me miró. Se
había dado cuenta de mi descubrimiento.
—¿Sabes? —me dijo, con esa voz deliciosa que emanaba de sus
rojizos labios—. Hay algo insano en esas putas
marionetas… No sé porqué, pero creo que tienen que ver con acciones muy
siniestras. No son sólo objetos decorativos…
Pensé lo mismo y un
calofrío me recorrió la espalda.
Posteriormente,
motivados por el efecto embriagante del vino —un inesperado y exquisito brebaje—, nos fuimos acercando; y, en ese
ambiente decadente, con luces chillonas y humos de tabaco de dudosa calidad, nos
besamos como si nada más importara.
Acaricié sus caderas
con suavidad, deslizando mis dedos por su minifalda… Pasé mi diestra por sus
piernas, queriendo llegar a tocar su sexo, que ya presentía húmedo…
Estaba mareado,
extasiado, excitado…
Sin embargo, la pasión
fue muy pronto interrumpida.
Escuché, como en un
sueño, el sonido de una flauta desafinada, que provenía desde detrás del bar…
Una melodía que debe haber sido la parodia de algo que hace mucho fue armonioso,
es decir una burla, empezó a llenar el espacio.
Entonces, un gordo,
desnudo y calvo, empezó a caminar hacia el salón de baile, tocando la citada
melodía infernal. Todos hicieron un círculo, y tomaron algún muñeco. Y lo
presentaron al flautista…
Lo que estaba mirando
no me gustaba… Había una complicidad que no entendía, entre los parroquianos.
Y comprendí que Elisa
y yo éramos unos forasteros, unos intrusos, unos necios…
El círculo empezó a
abrirse en una parte, mientras se dirigía... ¡Hacia nosotros!
Tomé la botella de
vino, y la rompí. Mi acompañante, estuvo a la altura de la situación y sacó de
su chaqueta una daga, apuntando a los demás. Estos parecían absortos en la
cacofonía. Daba la impresión que eran mandados por las marionetas, las cuales
empezaron a abrir sus ojos, a pestañear y a ¡hablar!…
Sentí que me iba a
desmayar… Lo que estaba viviendo era imposible, incluso para un lugar como
Valparaíso, o así lo pensé.
Un canto emergió de
las marionetas y sus secuaces humanos:
Ven, ven,
En esta sacrílega noche,
Serás una marioneta más.
¡Ven! ¡Ven!
Ya no hay escape.
Desde algún punto
indómito de mi consciencia, saqué fuerzas y lucidez. No dudé. ¡Debía matar al
flautista!
Me abalancé hacia él,
y le enterré la botella rota en su cara…
La sangre manó,
mientras algunos presentes empezaban a dimensionar lo que estaba sucediendo,
alejándose de mí.
El gordo cayó y todo
se transformó en caos…
Los más osados nos
quisieron atrapar, pero Elisa supo usar su arma y enterrarla en esos vientres ya
infectos. Mientras tanto yo tomaba sillas y las arrojaba a quienes se atrevían
a acercarse.
Golpeé la puerta y
huimos, anhelando llegar pronto a un sector seguro…
A la mañana siguiente,
desperté en la casa de Elisa. Al lado mío se hallaba, durmiendo.
No sé cómo regresamos
ni sé la ubicación precisa de ese rincón fuente de lo malsano, llamado por
nosotros La Casa de las Marionetas.
Tampoco entendí por
qué al lado de Elisa había una marioneta. Y por qué a mi lado, otra.
Lo más abominable, sin
embargo, fue esto: ¡se trataba de réplicas exactas de nosotros!
No supe si despertar de
inmediato a Elisa o esperar un momento, para despejar mis ideas…
(Relato de mi próximo libro "El Umbral de la Matriz y otros relatos porteños de horror cósmico", que saldrá en Septiembre de 2025. Se trata de una antología de cuentos ambientados en Valparaíso, con altos ingredientes sobrenaturales y de espanto)